Hemos tratado en otra ocasión cómo el inicio de la Hermandad se produce el 17 de noviembre de 1924, con la erección canónica y aprobación de su Regla en la iglesia de la Anunciación por el Cardenal D. Eustaquio Ilundain; pero para conocer el verdadero origen de la misma quizás haya que remontarse trescientos años antes, cuando un trozo de madera espera para ser esculpido y sacar a la luz la imagen portentosa del Crucificado.
Nos encontramos en el año del Señor de 1620. En España reina Felipe III, quien moriría al año siguiente sucediéndole su hijo Felipe IV, quien visitará en 1624 la ciudad hispalense, y cuyo valido será Gaspar de Guzmán, el Conde Duque de Olivares, este último más preocupado por la escena internacional que por la política interior.
A comienzos del siglo XVII, Sevilla tiene una población cercana a los 140.000 habitantes, lo que le hace ser la cuarta población de Europa, tras Londres, París y Nápoles. En 1610 tuvo lugar la expulsión de los moriscos, lo que implicó una salida de alrededor de 7.500 habitantes; a estas pérdidas habrá que añadir las bajas de las sucesivas levas destinadas al conflicto armado con nuestra vecina Portugal, sublevada en 1640, que significaba una crisis aparejada en la economía.
En la primera mitad del siglo continuaba el dispendio propio de una ciudad rica, basándose su poderío en la riqueza procedente del comercio que se generaba en su puerto, procedente de América y los Países Bajos. Los conflictos desde 1640 afectaron a esta actividad, y significaron un declive, que se agudizará con la epidemia de 1648, la más catastrófica que haya sufrido la urbe en su historia, que dinamitó su población al fallecer a causa de la peste bubónica 60.000 almas, casi la mitad de los residentes y que provocó que en la primavera de 1649 ya se hallase contagiada toda la población, extendiéndose la epidemia hasta julio. De esta brutal caída demográfica, sobre la que incidiría el declive económico de la segunda mitad de la centuria, no se saldrá, estancándose la población y terminándose el siglo con unos 80.000 habitantes.
Sevilla, un emporio en aquellos tiempos y a la que llegaba gran cantidad de personas que se arropaban en ella, no podía quedar fuera del punto de mira de la Compañía de Jesús, y en general de todas las órdenes: franciscanos, dominicos, agustinos, etc.
De la importancia que tuvieron los jesuitas en nuestra ciudad dan fe los diferentes edificios religiosos que poseyeron, algunos de los cuales todavía se conservan, como el noviciado de San Luis, en la calle de su mismo nombre; el colegio de San Hermenegildo del que queda como recuerdo su templo, convertido en cuartel de infantería durante el XIX y sito en la plaza de la Concordia; el llamado hospicio de Indias para los religiosos de la Compañía que iban o venían de América y que daba a la actual plaza de la Gavidia; el colegio de los Ingleses, cuyo templo es el actual de los mercedarios en la calle Alfonso XII; el seminario de los jesuitas, colegio de Becas, del que no queda más memoria que la calle o callejón de las Becas lindante con la calle Jesús del Gran Poder; y por último, en el mismo centro de la ciudad, en la antigua calle de la Compañía, la actual calle Laraña, la Casa Profesa de la misma, de la que hoy sólo nos queda su Iglesia. Este edificio de la Casa Profesa, al que ya hemos tenido ocasión de referirnos (véase “Bendición de la Anunciación”), donde quedaría instalada posteriormente la Universidad a raíz de la expulsión de los jesuitas por Carlos III en 1767, sería la primera residencia de la Compañía en Sevilla. Su fundación tuvo lugar en 1558, albergando en principio un Colegio de Humanidades, hasta convertirse en 1579 en Casa Profesa, es decir la casa donde residían los sacerdotes dedicados a la predicación y a la dirección espiritual de los sevillanos.
Según relata Heliodoro Sancho Corbacho en su artículo “Noticias sobre la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús y sobre la imagen de su Crucificado”, la antigua Casa Profesa de la Compañía contó con muchos esclarecidos varones en santidad y en letras, pero de todos ellos, uno merece especial mención por lo que representó para el esplendor de la Compañía en Sevilla y por el papel que desempeñó durante su Prepositura, iniciada en 1619, digna de ser incluida entre los hechos históricos más relevantes de nuestra ciudad. Fue éste el Padre Pedro de Urteaga, natural de Sevilla e hijo de padres nobles de Vizcaya, profeso de cuatro votos y predicador y misionero elocuente y famoso.
Al año siguiente, dada su devoción y la de la propia Compañía a Cristo Crucificado, busca al mejor artista de la ciudad para la ejecución de una imagen de Cristo. Por aquellas fechas se comentan por la ciudad las interesantes obras escultóricas llenas de inspiración y tan prodigiosamente ejecutadas por un modesto y joven escultor e imaginero cordobés llamado Juan de Mesa y Velasco, nacido en 1583 y afincado en Sevilla, que había ingresado a sus 23 años en el taller del maestro Martínez Montañés, en donde ha aprendido el oficio de escultor y del que han causado admiración los Crucificados que para la hermandad del Amor y para la de Nuestra Señora de Monserrat ha llevado a cabo.
Prendado el Padre Urteaga de la obra del joven escultor, visita su taller, donde queda paralizado ante la imagen de un Nazareno que lleva ejecutando para la cofradía del Traspaso, y así, confiado en la magnificencia del trabajo del imaginero, no duda en encargarle el día 13 de marzo de 1620, la imagen de un Cristo Crucificado muerto, y a sus pies y abrazada a la Cruz, la de Sta. María Magdalena.
De la imagen de la Magdalena se desconoce su paradero. Algunos autores pretenden encontrarla en un busto que se encuentra en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid. Resulta curioso que la ficha de catálogo de dicho Museo la describía hasta hace poco tiempo, como “Cabeza de San Juan en madera tallada, estofada y policromada de la primera mitad del siglo XVII. Busto muy corto por recorte de brazos y pecho. Conserva la policromía primitiva. Número de inventario 269; autor, Martínez Montañés, Juan; título, Cabeza de San Juan; cronología, 1601-1633; escuela, española; lugar de producción, Sevilla (Andalucía, España); material, madera; técnica, talla policromada, estofada; dimensiones, altura 44 cms.; localización, en reserva (no expuesta en el Museo)”. Sin embargo, no hace mucho tiempo, esa ficha del citado Museo fue alterada, constando ahora la siguiente inscripción: “Cabeza de María Magdalena en madera tallada, estofada y policromada. Busto muy corto por recorte de brazos y pecho. Conserva la policromía primitiva. Autor, Mesa y Velasco, Juan (atribuido a). Datación 1601=1633. Materia, madera. Técnica, estofado, policromado y tallado. Medidas, altura=44 cm. Iconografía, María Magdalena. Objeto, escultura. Nº de inventario, 269”. Fue adquirida por José Lázaro antes de 1926.
Así, ante el escribano D. Gaspar de León, en escritura otorgada entre el Padre Pedro de Urteaga y Juan de Mesa y Velasco, y que quedaría archivada en el oficio 19, Libro II, folio 502 del Archivo de Protocolos Notariales, Escribanía de Gaspar de León, se firma el concierto de ejecución del Crucificado.
Juan de Mesa, conociendo la influencia de la Compañía y esperanzado ante la posibilidad que dicho encargo le pueda proporcionar en futuras obras, se pone manos a la obra, esmerándose en la ejecución del trabajo escultórico para el que no permite que intervengan las manos de oficiales del taller como en muchos de los contratos firmados por el imaginero hace constar, “por mi persona, sin que en ella pueda entrar oficial alguno”.
En el mes de septiembre posterior la imagen del Crucificado está prácticamente terminada; antes de proceder a ensamblar todas las piezas, el imaginero anota en papel un texto que encola al interior de la imagen; del mismo modo, introduce otro documento en el interior de la cabeza, con una única leyenda:
“Ego, Joanes de Mesa, feci, AD (Anno Domini) de 1620”
(Yo, Juan de Mesa, lo hice, en el año del Señor de 1620)
El 8 de septiembre de 1620, de un trozo de madera de cedro ha emergido la imagen serena y dulce de Cristo muerto en la Cruz, manifestando como ningún otro el silencio y abandono inapelables de la muerte. Presenta una anatomía exacta y minuciosa. Colgante de los brazos de la cruz, tiene las características anatómicas ya señaladas en Mesa en sus dos Crucificados anteriores, el Cristo del Amor de 1618, y el de la Conversión del Buen Ladrón de 1619; pero su cabeza es un acierto singular, pues, sin desdecir de los rasgos característicos del cordobés, posee una expresión de dulzura, suavidad, profundidad teológica y al par, inefable poesía, que la distinguen sobremanera; el rostro está relajado y aún mantiene la frescura de la vida; la cabeza aparece caída hacia el lado derecho, los brazos en angulación de 50 grados; elevación del hombro izquierdo; hundimiento del epigastrio; relajación abdominal y caída muscular de ambos miembros inferiores. Las medidas son de 27 cms., el brazo derecho; el antebrazo 29 cms., y sus respectivos perímetros 31 y 28 cms; el brazo izquierdo mide 28 cms., el antebrazo 30, y 31 y 30 cms., respectivamente, el perímetro máximo. El muslo derecho mide 55 cms., la pierna 45 y 53 y 54 el perímetro; el ángulo de la rodilla es de 105 grados y del tobillo 147. El muslo izquierdo mide 55 cms., la pierna 46 y 49 y 34 cms., el perímetro máximo; el ángulo del tobillo es de 140 grados. El perímetro torácico es de 100 cms., según la descripción que de todo ello hace el profesor Hermosilla Molina en su libro “La Pasión de Cristo vista por un médico”.
La atribución de la autoría del Crucificado al insigne maestro cordobés no se concretará hasta bien entrado el primer cuarto del siglo XX. Tres siglos por tanto, dormirá en los archivos el contrato que el maestro firmó en 1620. Trescientos años de olvido permanente del nombre del imaginero, del que no hemos podido conocer ni siquiera su rostro, como si no hubiera existido. Tres siglos de atribuciones a otros autores ante el recuerdo perdido en el tiempo de aquel que consiguiera sacar a la luz tal belleza.
El 22 de agosto de 1928, el Doctor en Derecho Antonio Muro Orejón encuentra en el Archivo de Protocolos un documento que da fe de la autoría de la imagen del Crucificado. En una escritura de concierto con el maestro pintor de imaginería Antonio Pérez, de fecha 18 de mayo de 1627, Juan de Mesa se obliga a la hechura de un Crucificado (del que se desconoce su paradero), “…de cedro y del tamaño y forma del Cristo que está en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús de esta ciudad…”, obligándose a tener hecha y acabada la imagen “…del tamaño y en la forma que hice y acabé la hechura del Cristo de la dicha Casa Profesa de la Compañía de Jesús, y si no lo hiciere y acabare tal y tan bueno como el dicho es…”.
En un escalofriante artículo publicado en El Correo de Andalucía de 31 de agosto de ese año, el profesor Muro Orejón relata el hallazgo contando cómo “…a poco de abrirse el Archivo de Protocolos fui a él; me atraía la opinión generalizada de encontrarse en sus libros la solución de innumerables problemas de Historia sevillana, principalmente de los artísticos…La realidad, la triste realidad me mostró a poco lo absurdo de mi propósito, encontrar un documento donde hay millones y en pocos días era idea que sólo justificaba mi ignorancia. Muchas veces estuve a punto de abandonar la tarea por el calor, la polilla, las dificultades paleográficas, un principio de alteración de la vista, la desilusión de pasar días y días trabajando de tres a cuatro horas sin encontrar nada…Hace algunos días pedí un legajo para proseguir la investigación que vengo realizando sobre el escultor Juan de Mesa, llevaba revisado gran parte de él cuando ante mis ojos apareció la firma, familiar de tantas veces vista, del genial imaginero. Comienzo a leer la escritura y a las pocas líneas observo que se trata de un Crucificado, uno más, dije, que agregar a la lista de los documentados como de este autor que merece mejor que ningún otro el apelativo de Escultor del Crucificado, continué la lectura para ver si podría identificarlo, cuando en uno de los renglones vi, con la natural estupefacción, que se hablaba de un Santo Cristo hecho para la Casa Profesa de la Compañía de Jesús. La inteligencia no quería dar crédito a lo que mis ojos leían, y unos renglones más del documento me comprobó de una manera concluyente que el Cristo de la Buena Muerte existente en la Iglesia de la Universidad era obra del escultor Juan de Mesa. Atónito quedé ante tal hallazgo que confirmaba mis sospechas; la impresión sufrida fue superior a mis nervios; excitadísimos vimos surgir sobre el folio amarillento la efigie del Crucificado… con su rostro dulce… con sus brazos abiertos… no, no negaba el Santo Cristo la afirmación del documento, su cabeza inclinada parecía asentir a la interrogante de mi mente… mi lengua paralizada no acertaba a proferir palabra… mi cerebro al que acudía en confuso tropel mil ideas distintas no podía reaccionar… La voz de Cervera, el conserje del Archivo anunciándonos la hora, me sacó del ensimismamiento… la figura del Cristo fue esfumándose poco a poco… mis ojos volvieron a ver el folio amarillento y los rasgos caligráficos del escribiente notarial… y roto el encanto, mi corazón se abrió para que mis labios pronunciaran una oración de acción de gracias. A. Muro Orejón. Sevilla y Agosto de 1928.”
Faltaba hallar el documento que fechara el Crucificado, la escritura de concierto entre el imaginero y la propia Compañía de Jesús. El hallazgo fue debido a Heliodoro Sancho Corbacho, profesor e investigador y, por aquel entonces, Prioste 2º de la Hermandad, que encuentra en el Archivo de Protocolos Notariales de nuestra ciudad, la escritura de concierto del Crucificado celebrada entre el Padre Urteaga y Juan de Mesa ante el escribano Gaspar de León, en 13 de marzo de 1620, obrante en el Oficio 19, Libro II, folio 502. El texto íntegro de dicho instrumento, cuya copia fotográfica cuelga enmarcada en las paredes de la Sala Capitular de la Hermandad, contiene lo que a continuación sigue:
“Sepan quantos esta carta vieran, como yo Juan de Mesa, escultor vezino desta ciudad de sevilla en la collación de san marttin, otorgo y conozco que soy convenido y concertado con el padre pedro de urteaga, prepósito de la casa prosefesa (sic) de la compañía de Jesus desta ciudad de sevilla, en tal manera que yo sea obligado y me obligo de hazer y dar hechas y acabadas dos ymagenes de escultura, la una un cristo crusificado y la otra una madalena abraÇada al pie de la cruz, de madera de cedro anbas a dos de la estatura ordinaria umana por precio de siento y sinquenta ducados que se me an de pagar en esta manera trezientos Reales que he rresevido de contado de que me doy por contento y entregado y rrenuncio la eseÇion y leyes de los dos años de la pecunia y prueba de la paga y el rresto cumplimiento a los dichos sientos y sinquenta ducados luego que esté acabada y hecha la obra de las dichas dos imágenes las cuales me obligo de dar y entregar al dicho padre prepósito a su satisfaÇión y contento y de oficiales que dello sepan y entiendan dentro de cinco meses que se cuentan desde oy dia de la fecha desta carta y si anzi no lo hiziere y cumpliere consiento y he por bien quel dicho padre prepósito pueda encargar la dicha obra a otro qualquiera maestro que la haga y acabe por qualquiera precio y por lo que más costare de los dichos Çiento y sinquenta ducados y por lo que yo ubiera rresevido adelantado a quenta dello me puedan executar con solamente esta escritura y el juramento del dicho padre prepósito o del procurador de la dicha casa profesa en que dejo y difiero la prueba de haberse pasado al dicho plaÇo y no haberles entregado las dichas imágenes y de cómo las encargaron a otra persona que la hiziese y lo que más costó de los dichos ciento y sinquenta ducados y de lo que yo ubiere rresevido adelantado sin que sea necesario otra prueba ni diligenÇias porque della las rreliebo y doy poder a las Justicias ante quien esta carta paresiere para que por todo rremedio y rrigor de derecho y bia executiva y como por sentencia definitiva de juez competente pasada en cosa jusgada me executen compelan y apremien al cumplimiento y paga de lo que dicho es sobre lo qual rrenuncio las leyes y derechos de mi favor i la que defiende la general rrenunciación y obligo mi persona y bienes ávidos y por aber. Fecha la carta en Sevilla a treze de marÇo de mil y seisÇientos y beinte años y el dicho otorgante que yo el presente escrivano público doy fee que conosco lo firmó de su nombre en el rregistro siendo testigos cristobal de molina y Roque ablay escrivanos de sevilla.- Juan de Mesa (rubricado).- Gaspar de León escribano público de sevilla (rubricado).- Roque abley escribano de sevilla (rubcdo.).- Cristobal de Molina escribano de sevilla (rubricado)”.
Se apagaban trescientos años de oscuridad y se encendía, como lo califica el profesor Villar Movellán, «la estrella rutilante del imaginero más vigente del barroco andaluz«.
(Esta entrada de la sección de ‘El Retrovisor’ ha sido elaborada por N.H.D. Antonio Gutiérrez de la Peña)