Al cumplirse este año 2022 la quincuagésima salida del “paso” del Santísimo Cristo de la Buena Muerte por sus propios hermanos, se hace necesario recordar aquel Martes Santo 17 de abril de 1973, en que la historia de las cofradías de Sevilla iba a cambiar profundamente y para siempre. La Hermandad, sin saberlo aún, iba a protagonizar una de las páginas más importantes para su propia historia y para la historia de aquellas: la llegada de los hermanos costaleros.
Pero volvamos por un momento la vista a aquella época. Era la década de los años setenta en la cual se había producido una aguda crisis que afectaba de lleno a las cofradías. La contratación de los costaleros suponía siempre un elevado coste, pero además el número de éstos había disminuido considerablemente debido fundamentalmente a que los trabajos de carga y descarga en los muelles del puerto de la capital, se iban sustituyendo por maquinaria. Por aquel entonces, el capataz debía buscar y contratar a los hombres encargados de portar los pasos, tarea ardua en algunas ocasiones. Todo ello había originado no pocos problemas en algunas cofradías en los últimos años ya que muchos de los “pasos” en los últimos días de la Semana Santa volvían arrastrándose, e incluso llegándose a no presentarse las cuadrillas a la hora de la salida de las cofradías.
Esto último ocurrió el Viernes Santo 31 de marzo de 1972, en el que tuvo lugar un hecho que nos hace percatarnos de la situación de crisis que afrontaba la Sevilla cofrade, cuando la cuadrilla de costaleros de José González Solano tenía que presentarse en la iglesia de la calle Carlos Cañal con la finalidad de prepararse para la salida procesional de la Soledad de San Buenaventura. A pesar de que los costaleros no hacían acto de presencia, seguía en pie la idea de realizarse la estación de penitencia, poniéndose en la calle hasta la Cruz de Guía.
La noticia de la incomparecencia de la cuadrilla de costaleros comenzó a correrse por toda Sevilla, llegando a oídos de la junta de gobierno de Montserrat quienes tomaron una drástica solución aunque ello acabara afectando negativamente a su estación de penitencia. La cuadrilla del Cristo de la Conversión fue enviada para meterse bajo el paso de la Soledad, de modo que pudiera hacer estación de penitencia. Cuando la hermandad franciscana llegó a la Plaza Nueva, el paso de la Soledad aguardó en la esquina de la calle Granada hasta que la dolorosa de Montserrat llegó hasta este mismo enclave para agradecer el gesto que había tenido aquella corporación. Frente a frente, ambos pasos se giraron y terminaron levantándose a la par tras la llamada a sus costaleros de los capataces.
Para solucionar el problema de la falta de costaleros se idearon incluso cierto tipo de artilugios mecánicos que simulaban el trabajo de estos. El 1 de noviembre de 1972, se presentó al público cofrade de Sevilla la prueba del “paso propulsado” por parte de su creador, Rafael Ponce Jiménez, resultando infructuoso el experimento pues, a pesar de que se intentaba imitar el andar del costalero, nunca se llegaba a la dinámica real provocada por el trabajo de los mismos.
Y es en este mismo año de 1972 cuando va a comenzar a escribirse una de las páginas más brillantes de la historia de las cofradías. En el mes de noviembre, un grupo de estudiantes universitarios encabezados por José Luis Amoscótegui Gil, trasladó al Hermano Mayor su idea de formar una cuadrilla de costaleros al objeto de llevar el “paso” del Santísimo Cristo en la próxima Semana Santa, para lo que solicitaban comenzar unos ensayos con el capataz de la Hermandad Salvador Dorado “el Penitente”. La idea fue trasladada a la Junta de Gobierno por el Hermano Mayor en el Cabildo celebrado el 16 del mes de noviembre, anunciando simplemente, según consta en el acta de dicho Cabildo, “la idea surgida de este grupo de jóvenes hermanos de formar una cuadrilla de ellos para llevar el paso del Stmo. Cristo para lo que, a las órdenes de Salvador Dorado, nuestro capataz, y bajo su dirección, van a comenzar unos ensayos para ver si es factible de realización”. La idea no fue muy bien acogida en la Junta puesto que hubo que convencer a casi todos sus miembros, ya que, en definitiva, la idea era sólo compartida por tres miembros de ella, surgiendo incluso una voz discrepante que presentó su oposición a que este proyecto se llevara a cabo, ni tan siquiera como ensayo.
Sin embargo, una vez autorizados, el grupo de jóvenes estudiantes se puso en marcha afrontando un primer y no menor problema: el de conseguir el número suficiente de estudiantes dado que en aquellos tiempos, la Universidad –profundamente politizada-, no era precisamente el mejor lugar para buscar jóvenes universitarios dispuestos a meterse debajo de un paso. Y si había poco entusiasmo en las aulas, tampoco existía mucho en la propia Hermandad en que la figura del Hermano Mayor, Ricardo Mena, se erigió como principal artífice y defensor de la idea, limando muchas asperezas dentro de su propia junta, como hemos dicho, cuando pudo haber optado por el camino más fácil de continuar con las cuadrillas de Salvador Dorado que, en aquella época eran las mejores de Sevilla.
Para conseguir estudiantes dispuestos a ello, el grupo de jóvenes de la Hermandad envían un escrito a aquellos hermanos en edad estudiantil que reproducimos a continuación:
“Querido compañero:
Antes de exponerte la razón de esta carta, has de saber que somos un grupo de hermanos universitarios, como tú, los que se atreven a pedirte un favor.
Hemos conseguido, ¡por primera vez en la historia de la Semana Santa de Sevilla!, de nuestro hermano mayor, el intento de hacer una cuadrilla de costaleros, formada por estudiantes, para sacar a la calle a nuestro Cristo, el próximo Martes Santo.
No he de recalcarte la importancia que esto supondría –en caso de que se llevase a realidad- no solamente para nuestra cofradía sino para toda Sevilla, por cuanto sería la primera vez que un “paso” es sacado por sus hermanos, sin intención de lucro, sino llevados solamente por el Amor a su titular.
En caso de que la idea te agrade y estés dispuesto a llevar a Nuestro Cristo de la Buena Muerte sobre tus hombros, te ruego encarecidamente que vengas a reunirte con nosotros en la casa de Hermandad a las ocho y media de la noche, el viernes día 17 o el viernes día 24 del actual mes -según mejor te convenga- para así tener un primer contacto entre todos nosotros.
Te esperamos el viernes.”
La decepción fue palpable en el grupo que encabeza la idea al frente del cual está Amoscótegui Gil, cuando el primer viernes 17 de noviembre sólo se presentaron doce, quienes, al final de la noche, se encaminaron a la Capilla y después de mirar al rostro del Crucificado se adentraron en la sacristía donde se guardaba el “paso” del Santísimo Cristo. Ayudados únicamente por una “ropa” a base de trapos, e incluso utilizando alguno una vieja sotana hallada en la sacristía a modo de costal, se introdujeron bajo las trabajaderas del “paso”, y a la llamada de un improvisado capataz, Juan Moya Sanabria, consiguieron levantar primero la trasera del “paso”, y en un segundo intento, elevar en su totalidad el “paso” ante la incredulidad y nerviosismo de propios y extraños. Será un momento histórico para aquellos jóvenes, quienes espoleados por el “éxito” se dedicaron a partir de entonces a hacer una labor de captación por todas las Facultades Universitarias, principalmente por la de Derecho donde estudiaba la mayor parte del grupo joven de la Hermandad y donde la noticia se había corrido como la pólvora entre cofrades pertenecientes a otras hermandades; el propio Amoscótegui Gil aprovechaba cualquier reunión o asamblea (muy frecuentes en una universidad de los últimos años del franquismo, muy ideologizada), para en los turnos de palabra, aprovechar el micrófono y convocar a cualquiera de los asistentes a la reunión de la cuadrilla, hasta que era rápidamente “cesado” en el uso de la palabra. No obstante consiguieron animar a casi todos los jóvenes cofrades de otras hermandades que en ese momento cursaban sus estudios universitarios, y, en definitiva, alcanzaron para el siguiente viernes 24, un número suficiente de voluntarios para comenzar los ensayos.
Quedaba otra tarea por hacer: convencer al capataz Salvador Dorado de la empresa que se pretendía. La noticia no se había recibido de la misma forma en todos los sectores de la ciudad; en un amplio sector no estaba bien visto que un grupo de estudiantes se metiera en el mundo del costalero, personas consideradas de baja extracción social que en nada se asemejaban a aquellos que en la época iban a clase con chaqueta y corbata; no tardaron en surgir voces críticas e incluso desde el propio mundo de capataces y costaleros se aventuraba una pérdida de sus ingresos; el propio Salvador Dorado presentó sus reticencias por lo que hubo de ser convencido por el Hermano Mayor y prometido el abono a sus propios costaleros de los jornales correspondientes y no trabajados; concretamente, el contrato firmado para ese Martes Santo de 1973 le supuso a la Hermandad el abono de 106.000 pesetas. La labor del Hermano Mayor Sr. Mena-Bernal fue decisiva en ese sentido, hasta el punto que si no es por su determinación, la aventura (porque aquello no dejaba de ser una aventura), no hubiera comenzado.
A partir de entonces quedaba lo más importante, enseñarles a ser costaleros: cómo hacerse la ropa, cómo colocarse bajo las trabajaderas, cómo andar bajo su peso. Para conseguirlo se contó con la inestimable, incondicional y decisiva aportación de su segundo capataz, Manuel Santiago Gil. Salvador sacaba el “paso”, sí, pero en aquellos años los capataces mandaban, pero no enseñaban; el verdadero maestro de aquellos pretendientes a costalero fue Manolo Santiago quien se convirtió en una especie de cómplice de aquella cuadrilla y con quien era muy fácil mantener una buena relación. Se comenzaron los ensayos, celebrándose día tras día, noche tras noche, incluso en domingos a primera hora, por la lonja del recinto universitario, y a los que en muchas ocasiones Santiago acercaba unos chicarrones, un vino de Morales y hacía salir trabajadera por trabajadera para cumplir con su consigna de que “en todos los trabajos se fuma, pero en éste además, se come y se bebe!”; poco a poco a aquellos ensayos interminables llegaban gentes de otras hermandades y en general del mundo cofrade, para ser testigos, sin saberlo entonces, del nacimiento de un movimiento que iba a cambiar para siempre la historia de las cofradías, ensayos que fueron noticia de portada del diario ABC de Sevilla del 22 de diciembre de 1972, donde encabezando una serie de fotografías, aparecía el siguiente titular “LOS ESTUDIANTES, COSTALEROS”.
Poco a poco los jóvenes costaleros fueron haciéndose con la trabajadera. Irán aprendiendo lo que es una “levantá”, una vuelta sobre los pies e incluso un “paso de lluvia”, e irán quemando día tras día, una Cuaresma ilusionante. Pero a medida que el tiempo corría hacia el Martes Santo, la tensión dentro de la propia Hermandad, se hacía notar; había quienes pensaban que aquellos jóvenes estudiantes no llegarían a la Campana, por eso recibieron el sobrenombre de “los campanilleros”, e incluso se sugirió que dentro del paso siempre fueran algunos de los costaleros profesionales de Salvador, lo que llegó a tener lugar una noche metiéndose bajo las trabajaderas los pateros profesionales, ante lo que la cuadrilla se rebeló y optó por no levantar los zancos. La semana previa al Martes Santo van a notar por primera vez el peso del Crucificado sobre sus hombros. El Stmo. Cristo fue subido a su “paso” de salida y los costaleros van a realizar una prueba por la nave central de la Capilla. Será un absoluto fracaso. Los nervios van a poder con ellos ante la expectación de las personas que se han congregado en la Capilla, comenzando por la Junta de Gobierno. Ante las dudas, será el Teniente Hermano Mayor Sr. Moya García quien, para rebajar la tensión, diga “esta noche es el mejor momento para invitarlos a un “pescao””.
Y llegará el Martes Santo y la Hermandad traspasará sus propias fronteras estableciendo su cátedra especial para la Sevilla cofrade. Una cátedra instaurada para gloria perpetua de la Hermandad y de aquellos que lograron y creyeron que todo aquello era posible. A las 11,00 horas de la mañana, en el Vestíbulo del Rectorado tiene lugar la Santa Misa de Comunión General, encabezando las representaciones el Rector, Sr. Clavero Arévalo, Vicerrectores, Hermano Mayor Honorario, Sr. Ortíz Muñoz, Hermano Mayor y Junta de Gobierno, y oficiada por el Obispo Auxiliar, Sr. Montero Moreno. Ante el Altar formó la cuadrilla de jóvenes costaleros que van a recibir una Medalla de plata conmemorativa, que en su reverso, junto a su nombre, reza “Martes Santo 1973”, y en un pasador de plata, la palabra “COSTALERO”.
En el archivo de Mayordomía se guardan las facturas correspondientes a la compra de dichas medallas a Pedro Faci S.A., a la Cordonería Alba, por los cordones utilizados, por valor de 666 pesetas, y a la joyería Serrano Navarro, por los pasadores de plata, por valor de 5.550 pesetas, además de otros gastos correspondientes a las fajas de costalero de los Almacenes 7Puertas, por valor de 2.359 pts, a la confección de pantalones negros de Fernández Confecciones, por un total de 6.000 pesetas y a la entrega de 130 bocadillos y paquetes de tabaco, el mismo Martes Santo, por valor de 3.250 pesetas.
Aquella tarde del 17 de abril de 1973, había una gran expectación en la puerta del Rectorado y una calma tensa entre los miembros de la cuadrilla que posaban una y otra vez en la delantera del “paso”; cuando éste hubo de moverse para dejar salir el cortejo, los nervios afloraron. Cuando las puertas del Rectorado se abrieron esa tarde, una ingente multitud había acudido para ser los primeros testigos de un hecho histórico, la salida por primera vez de un “paso” en Semana Santa portado por sus propios hermanos.
De una única chicotá, al mando de Salvador Dorado, el paso se plantó en la calle San Fernando, con una sensación llena de emociones y en muchos de asombro, porque los había que no creían que fueran jóvenes estudiantes costaleros y los había que esperaban un fracaso. Hay quien controla el tiempo que tarda el “paso” en una levantá porque lo hace de forma tan imperceptible que casi no se nota. Gira ante la reja y enfila la amplia calle San Fernando abarrotada de público. Al llegar a la Puerta de Jerez, se hace cargo del paso Manolo Santiago mientras la cuadrilla de profesionales espera junto a la fuente, sería éste el primer punto de control para un incierto relevo. Quedan para el anecdotario cofrade tantas frases y comentarios como se pronunciaron. Queda en el recuerdo el paso por el Postigo, el tránsito por Harinas, Jimios y Joaquín Guichot, y la llegada a la Campana: ésta está en muda expectación cuando la silueta del Stmo. Cristo se recorta al fondo de la calle Velázquez.
Cuando se llega a la altura del desaparecido bar Flor el paso se detiene, y en la memoria de aquellos jóvenes costaleros quedará siempre el recuerdo del avance lento y pausado hacia el palquillo entre el silencio profundo de una apiñada multitud en la que se integra lo mejor de la Sevilla auténtica y cofrade; y recordarán para siempre cuándo todo el mundo en silencio y con un andar más corto, el paso fue avanzando hasta el palquillo donde giró y volvió a arriarse suavemente obedeciendo el golpe seco del llamador posando delicadamente los zancos en el suelo; y recordarán para siempre cómo de nuevo y al tercer golpe del llamador, comenzó una levantá infinita hasta que arrancó de nuevo su marcha, premiándose a aquellos jóvenes costaleros con una atronadora ovación surgida de lo más profundo del corazón de aquellos que, aún no creyéndolo posible, habían comprendido que 36 jóvenes estudiantes iban a cambiar para siempre la historia de las Cofradías de Sevilla.
Treinta y seis nombres a los que la Hermandad quiso reconocerles su gesta en un sencillo azulejo que preside la Sala de Cabildos de la Hermandad y que contiene el siguiente texto: “A nuestra cuadrilla de Hermanos costaleros y a su capataz, pioneros y ejemplo permanente. La Hermandad agradecida”. Dicho azulejo se colocaría años después, concretamente el 28 de enero de 1982, con asistencia de las Autoridades Académicas, Consejo General de Hermandades y Cofradías, y lógicamente, los hermanos costaleros y grupo de capataces. Tras la celebración de la Santa Misa oficiada por el Rvdo. Padre D. Manuel del Trigo Campos, el Rector Sr. Jiménez Sánchez, descubriría el azulejo que desde entonces preside la Sala Capitular de la Hermandad.
El regreso es apoteósico por todo el recorrido; en la plaza del Triunfo no se cabía y había quien se acercaba a los respiraderos para dar ánimos, allí se despidió a la cuadrilla profesional de Salvador al no ser necesarios sus servicios; la entrada se efectúa directamente en la Capilla, puesto que el hacerlo en el vestíbulo del Rectorado se comenzaría a hacer años más tarde, colocándose el “paso” en la actual nave de la Virgen de los Remedios. Al sonar el último golpe del llamador y descansar los cuatro zancos en el suelo, el propio cuerpo de nazarenos que abarrotaba la Capilla, olvidando todo protocolo, va a romper en una profunda ovación abrazándose agradecidos a los costaleros que salen de debajo de las trabajaderas. Numerosas felicitaciones llegarían a la Hermandad con tal motivo, encabezadas por la del Ayuntamiento de la ciudad, Rector y Autoridades Académicas, Consejo General de Hermandades y Cofradías, y numerosos premios le serían otorgados como el de “Sevillanos del Año”, el “Nazareno de Plata” y el premio “Demófilo” de la Fundación Antonio Machado.
Los nombres de Palomino González, Orellana Delgado, Esteban González, López Zabala, Gómez González, León Vargas, Jiménez Esquivias, León-Castro Alonso, Gutiérrez de la Peña, Alonso Ruiz-Luna, Amores Domínguez, Fernández de la Puente, Esquivias Fedriani, Gutiérrez Rosales, Sánchez López, Ramos Castillo, Millán García, Medina Castaño, Amoscótegui Gil, Rodríguez de Moya y Rey, Torres Espejo, Ordóñez Martín de la Hinojosa, Jiménez Filpo, De la Cueva y de la Cueva, Esteve León, Moreno Barrera, Henares Ortega, León Salgado, Capitán Carmona, Montoya Sánchez, Cabanillas Muñoz, De la Matta Rodriguez-Caso, Núñez Fuster, Marín Gutiérrez, Castro Nuñez y Ortega López, como reza La Memoria de la Hermandad del año 1973, “guardarán en su corazón siempre para sí, la sonrisa de un Dios que nunca tuvo tan buena muerte como en aquella memorable tarde del 17 de abril de 1973, en que moriría arrullado por el amor de sus mejores portadores”.
La Comisión Municipal Permanente, en sesión celebrada el 24 de abril, acordó a propuesta del Sr. Alcalde, haciendo denotar que en la pasada Semana Santa se había producido “…un hecho especial, cual es, que ante la posibilidad de desaparecer de la misma el factor hombre-fuerza, para ser reemplazado por las técnicas modernas, cuyos ensayos no han tenido aceptación, los Estudiantes no dudaron en servir de costaleros en los “pasos” de su Cofradía, dando un ejemplo digno de imitación para los demás cofrades, por lo que propone se haga constar en acta la felicitación del Ayuntamiento hasta este grupo de universitarios”.
Es la única vez en toda la historia de la Hermandad que la Presidencia de la Cofradía ha sido cambiada al “paso” del Santísimo Cristo, acogiéndose la idea del Hermano Mayor y el Sr. Rector.
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El próximo Martes Santo 12 de abril del presente año 2022 se cumplirá la quincuagésima salida del paso del Stmo. Cristo de la Buena Muerte por sus propios hermanos. Volveremos entonces a rememorar aquel hecho tan singular como histórico para las Cofradías de Sevilla, aquella “aventura” o “locura” de un grupo de jóvenes estudiantes universitarios de los que siempre será necesario recordar su ejemplo de amor y fe o, como decía Benigno González en su crónica de ABC, será también necesario que quede registrada su conmovedora cruz; un reverso de arrastrar alpargatas sincronizadas, de anonimato entre sudor y polvo, de andar sin mirar a parte alguna, humillada la cabeza bajo la trabajadera, y avanzar como movido por un misterioso poder, llevando al Señor muerto en su Buena Muerte.
(Esta entrada de la sección de ‘El Retrovisor’ ha sido elaborada por N.H.D. Antonio Gutiérrez de la Peña, integrante de aquella histórica cuadrilla)