El año 1982 sería el último en el que los cultos cuaresmales iban a celebrarse en la Catedral. El Quinario de 1983 quedó señalado para los primeros días de marzo, saltando rápidamente a la prensa la noticia de que la Hermandad renunciaba a su celebración en la Catedral y se designaba la iglesia de la Anunciación para tal fin.
El propio Hermano Mayor, quien ostentaba accidentalmente el cargo tras la dimisión producida en abril del año anterior del titular del mismo, va a dar las razones del cambio, señalando como tales la escasísima asistencia de fieles en los últimos años, y el enorme costo que suponía dicha celebración que había ido en aumento año tras año, razón esta última avalada por el propio Director Espiritual D. Salvador Linares, al manifestar éste que nunca había sido partidario de la celebración de los cultos en la Catedral ya que los cuantiosos gastos que estos originaban no guardaban proporción con la escasa “rentabilidad espiritual”, por lo que se llega a plantear incluso la posibilidad de celebrar los cultos en la capilla aunque finalmente triunfa la opción del traslado a la Anunciación. Se determina por los priostes la forma de colocación del altar, se suspende el concierto habitual en la tarde del domingo de la Función Principal y se fija el domingo anterior a la semana del Quinario para el traslado de las Sagradas Imágenes.
Es 27 de febrero de 1983. A la hora prevista se ha iniciado el traslado de las Sagradas Imágenes desde la capilla universitaria. Son las 20.30 horas aproximadamente cuando se llega a la calle Placentines. No hay mucho público. El Santísimo Cristo es portado sobre unas andas. Al producirse un relevo, una de las abrazaderas de la parte derecha que fija las andas a la cruz, se abre sin que nadie se percate de ello. Se produce un ruido escalofriante a consecuencia del golpe de la cruz sobre el suelo. Ante el asombro de todos, el Cristo se rompe. Su cabeza se desprende del tronco y cae. Se producen escenas de dolor, mientras que el hermano que camina por detrás de la Cruz se quita una prenda de abrigo y envuelve en ella la cabeza, colocándola sobre el Crucificado. A toda prisa se toma un itinerario alternativo para llegar cuanto antes a la Anunciación donde inmediatamente se cierran las puertas. Sentado sobre un banco a la entrada, con la cabeza entre las manos, un hermano llora desconsoladamente mientras que otro más antiguo le consuela. Son escenas que se repiten en el interior de la Anunciación, y también fuera, donde otros que no han podido acceder esperan ansiosos noticias del interior.
Se trata de localizar enseguida a los especialistas en restauración a fin de valorar sobre la marcha el estado de la talla y los daños producidos. El primero en llegar es el Decano de la Facultad de Bellas Artes, profesor Juan Cordero, enseguida lo harán los imagineros Ricardo Comas y Juan Abascal. El panorama es desolador. Una hermana arropa la cabeza del Crucificado envolviéndola suavemente. Los miembros de la Junta de Gobierno dan vueltas sin rumbo fijo. Además del desprendimiento de la cabeza, uno de los mechones ha sufrido una fuerte rozadura, la Sagrada Imagen ha perdido el dedo meñique de la mano derecha y el corazón de la izquierda. La cruz se ha partido a la altura de la cruceta. Con la antorcha de una cámara fotográfica se descubre en el interior de la cabeza un documento adherido que hace aproximadamente trescientos cincuenta años su autor introdujera:
“Ego, Joanes de Mesa, feci, AD (Anno Domini) de 1620”
(Yo, Juan de Mesa, lo hice, en el año del Señor de 1620).
Es ya entrada la madrugada del primero de marzo cuando una furgoneta de mudanzas de González Serna se acerca a la puerta de la Anunciación. No hay nadie en la calle. Los hermanos sacan del interior del templo el Cristo roto, y lo trasladan a la casa de Hermandad en la calle San Fernando. Es colocado en la última de las estancias, la de priostía, prohibiéndose desde ese momento todas las visitas.
El Quinario se siguió celebrando en la Anunciación con la lógica ausencia de la Sagrada Imagen Titular, presidiendo el altar la Santísima Virgen de la Angustia a los pies de una cruz.
El Rector Sr. Jiménez Sánchez nombró enseguida una comisión de expertos para el estudio de la Imagen. El restaurador oficial del Patrimonio Artístico Nacional D. Joaquín Cruz también emitiría su dictamen. Finalmente, el Rectorado designaría al profesor D. Francisco Arquillo como encargado de la restauración del Cristo. Los informes son halagüeños; tras los estudios radiográficos se disipa la duda de que la espiga que une el brazo derecho al hombro no esté rota ni dañada. Los técnicos Sres. Cordero y Comas opinan que la imagen debe tocarse lo menos posible, limitándose la restauración a los desperfectos sufridos como consecuencia del accidente devolviéndose a su estado anterior al mismo una vez restaurada.
El 21 de marzo la Junta de Gobierno convocó un Cabildo Informativo para comunicar todas las novedades a los hermanos, en el que se dieron a conocer los ofrecimientos que la Hermandad ha tenido para sustituir la imagen del Stmo. Cristo en la próxima estación de penitencia del Martes Santo. El Cabildo Catedralicio ha ofrecido el Santísimo Cristo de la Clemencia, e igualmente ha sido ofrecido el Santísimo Cristo de la Buena Muerte de la hermandad de la Hiniesta, y finalmente el Cristo de la Salvación de San Buenaventura, decidiéndose finalmente no aceptar ningún ofrecimiento por lo que el cortejo procesional sería el mismo con la lógica ausencia del “paso” del Cristo. La Presidencia de éste no portará varas, sino cirio apagado, al igual que los manigueteros y bocinas que lo harán en línea. No habrá monaguillos ni en uno ni en otro “paso”. Llegada la cofradía al palquillo, se produce un profundo silencio en toda la plaza, siendo el entonces presidente del Consejo, José Sánchez Dubé, y los cargos allí presentes los que se levantan ante el hueco dejado por el cortejo de nazarenos en el lugar donde debería figurar el paso, en señal de respeto.
En el mes de junio siguiente se hace cargo de la Hermandad una Comisión Delegada designada por el Vicario Episcopal de Laicos, formada por el Rvdo. D. Manuel del Trigo Campos, como Delegado Diocesano, D. Antonio Escribano de la Puerta, Presidente, D. Ildefonso Camacho Baños y D. Eusebio Torres Rodríguez de Torres, como Vocales, actuando como Secretario, D. Eduardo Ybarra Hidalgo, tomando éstos como primera diligencia trasladarse a las dependencias de la Hermandad donde se encuentra depositada la venerada imagen del Crucificado desde el accidente sufrido, rezándose un Padrenuestro y terminándose con el recuerdo hacia los hermanos difuntos.
En el mes siguiente se iniciaría la restauración por el profesor Arquillo Torres, en las mismas dependencias de la Hermandad, a quien se le encomienda reponga la imagen al mismo estado en el que se encontraba antes del accidente. La restauración se limita por tanto, según se indica en el escrito que se le dirige, a: “la colocación de la cabeza de la imagen en su lugar con reposición de las astillas o pequeños fragmentos desprendidos; pegadura del brazo derecho en la rotura que tiene a nivel de la axila, corrigiendo el desgarro de este brazo; pegadura del desplazamiento de la madera a lo largo del pie derecho y corrección de los desplazamientos de las piernas; pegado del dedo meñique de la mano derecha y reparación de la rotura del dedo medio de la mano izquierda; tapado de todas las huellas que se produzcan como consecuencia de estos arreglos”.
La imagen del Stmo. Cristo sería repuesta al culto el 6 de septiembre con la celebración de Santa Misa a la que asistió el Sr. Rector y miembros de la Comisión Delegada, siendo oficiada por el Sr. Arzobispo D. Carlos Amigo Vallejo.
(Esta entrada de la sección de ‘El Retrovisor’ ha sido elaborada por N.H.D. Antonio Gutiérrez de la Peña)
Debe estar conectado para enviar un comentario.