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Fallece N.H. Rvdo. P.D. José Luis Vicente Córdoba, adjunto al SARUS

La Junta de Gobierno de esta Hermandad lamenta comunicar el fallecimiento en el día de hoy, 22 de julio, de N.H. Rvdo. P. D. José Luis Vicente Córdoba, doctor en Matemáticas, catedrático de Álgebra de la Universidad de Sevilla, académico y adjunto al SARUS (Servicio de Asistencia Religiosa de la Universidad de Sevilla). Damos gracias a Dios por todos sus años de entrega a la US y al SARUS, compartiendo todos sus talentos, especialmente su sabiduría y en estos últimos meses su fe a la hora de aceptar la enfermedad. 

En recuerdo a su memoria compartimos esta homilía que nos brindó el Martes Santo de 2018.

HOMILÍA MARTES SANTO DE 2018

En la contemplación silenciosa del Señor de Buena Muerte se entrevé el misterio. Es la intuición de que, tras la belleza, hay algo más que se nos escapa. Su cabeza está en el cielo, en comunión con el Padre. Tiene los pies bien clavados al suelo, o sea, a la realidad de su carne que es la nuestra. Belleza y misterio apuntan a algo más que a un sufrimiento, libremente elegido y pacientemente soportado. El Credo dice: Por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo y se encarnó. ¿De qué hay que salvarnos? Del pecado. ¿Por qué puede salvarnos la muerte de un hombre hace dos mil años? Porque es Dios además de hombre. Enseñaba a su Iglesia hace años el Arzobispo de Munich, más tarde Papa Benedicto XVI, que las personas no somos creadas en aislamiento. Ninguno de nosotros puede estar cerrado en sí mismo ni puede vivir exclusivamente de sí mismo. Recibimos la vida no sólo al nacer, sino cada día, en cada momento, a partir de otros que, de alguna manera, nos pertenecen. Por eso decimos “mi madre”, “mi padre”,mis hermanos”. Tenemos nuestra identidad no sólo en nosotros mismos, sino fuera: vivimos en los que amamos y en los nos aman, en los que tenemos presentes y en los que nos tienen presentes. El Papa Benedicto usaba el adjetivo “relacional” para expresar que no nos poseemos más que en relación a los demás. Aislado no soy yo; solamente contigo soy auténticamente yo. Ser verdaderamente humano significa estar en relación de AMOR con el otro, “ser del otro” o “ser para el otro”. El pecado es la destrucción o el daño de la relación, el no acatar depender del otro (de Dios en particular) porque yo soy Dios. Nacemos en un mundo de relaciones dañadas. Decimos que faltan valores. Con eso expresamos que el mundo sustituye la verdad por la mentira, la esperanza por la desconfianza, el legítimo provecho por la explotación o el descarte del otro, el amor por la baja pasión, la violencia y un largo etcétera. Crecemos en ese mundo, luego nuestra relación con los demás, y con Dios, está dañada desde el principio. Vosotros veis enormes diferencias entre bebés, o niñas y niños, que han sido amados en sus familias y los que no. Conforme avanzamos en la vida, aprendemos del mundo y sus relaciones A lo largo de la vida vamos aprendiendo a participar de estas relaciones viciadas, a causar más daños. Puesto que somos relacionales, no podemos salvarnos ni a nosotros mismos ni en soledad. El error es precisamente que queremos hacerlo. Nos podemos salvar, es decir, ser libres y auténticos, cuando dejamos de querer ser Dios y renunciamos a la locura del egoísmo y la auto-suficiencia. Podemos ser salvados solamente si avanzamos hacia la verdadera relación. Puesto que la relación con los demás, y con la creación entera, ha sido dañada, sólo el Creador puede restaurarla. Sólo podemos ser salvados por Aquél cuya relación hemos cortado. Y éste es el Cristo de la Buena Muerte, extendido entre cielo y tierra, cabeza en comunión con la Trinidad pies clavados entre las criatura. La única salvación consiste en ser amado y sólo ese amor derramado sobre nosotros puede reconstruir las relaciones que han sido alienadas. Nuestro Cristo nos enseña que la salvación está en seguir su camino, que es el mismo que el nuestro pero en dirección contraria. San Pablo define en muy pocas palabras el camino de Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Nuestro egoísmo nos eleva a ilusiones de dioses, y nuestro Cristo se abate. Nuestro egoísmo nos entroniza como señores de los demás y nuestro Cristo se hace esclavo. Estas consideraciones arrojan luz sobre nuestra madre María. Dios Padre la preservó del condicionamiento del pecado en la sociedad en que vivía. El motivo, evidente en sí mismo, es que Ella estaba destinada a ser la madre del hijo de Dios. Quien es el antagonista del pecado debía recibir la vida material de una madre absolutamente libre de egoísmo. Quien iba a acompañar a su Hijo al Calvario no podía rehuir egoístamente el sufrimiento. Quizás por eso, la Madre generosa es ampliamente querida. Se nota su amor sin condiciones, la pureza de su relación maternal con el mundo. Pertenecemos a una Hermandad que es un ambiente propicio para que vayamos recomponiendo nuestra relación, tal y como Dios la creó. Tenemos por delante, una estación de penitencia que podemos aprovechar para guardar un silencio necesario para adorar a Cristo y encomendarnos a su Madre. Además, podemos examinar nuestra relación con nuestras familias y nuestros hermanos o hermanas vestidos de túnica negra que nos rodean. Os animo a ello. Así, a la entrada esta noche, seremos un poco más felices y tendremos más paz. Y haremos realidad las palabras de José Ignacio, el pregonero. ¿Me las prestas un momento para recordarlas aquí? Yo soy de la Buena Muerte,| yo soy de los Estudiantes. |Sigo a un Cristo sin mirada, | recién muerto hace un instante,| pero al que sentimos vivo,|retando al sol de la tarde. Soy bálsamo de la Angustia, |yo soy de los Estudiantes.|La reina universitaria,| mi alegría de los martes,| ¡cómo acoge bajo el manto| nuestra madre vigilante! |Yo soy universitario,|yo soy de los Estudiantes.

 

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