Estimados hermanos:
Compartimos con todos vosotros la homilía pronunciada por nuestro director espiritual, Andrés Pablo Guija, en la Misa de Espíritu Santo de inicio de curso celebrada en la Capilla Universitaria el pasado 1 de octubre.
«Querido hermano mayor y junta de gobierno de la Pontificia, Patriarcal e Ilustrísima Hermandad y Archicofradía de nazarenos del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y María Santísima de la Angustia, antiguos hermanos mayores, queridos hermanos todos en el Señor.
Perfundet omnia luce (todo brilla con la luz), y este curso en que celebramos el cuatrocientos aniversario de la hechura del Cristo, todos debemos deslumbrar, pero no porque la luz nazca en nosotros, sino porque seamos reflejo de la luz omnipotente del Señor: la luz de la esperanza que disipa las tinieblas de la angustia; la luz de la alegría que destruye todo ápice de tristeza; la luz de la fe que resuelve toda duda; la luz del amor que convierte todo odio o indiferencia. Porque empezamos un curso especial, una efeméride singular que tenemos la responsabilidad de celebrar con toda dignidad, por la oportunidad que supone para nosotros ser cauce y puente de encuentro de las personas con Cristo. Como nos decía el profeta Zacarías en la 1ª lectura: “todavía vendrán pueblos y habitantes de grandes ciudades, y los de una ciudad irán a otra diciendo: vayamos a implorar al Señor. Y vendrán pueblos incontables a implorar su protección.” He aquí el compromiso que adquirimos hoy para este curso: seguir siendo custodios de esta bendita imagen para que devotos venidos de todos los lugares se encuentren con la misericordia, la comprensión, la acogida, el aliento, el apoyo de Cristo.
Porque, no lo dudéis, Dios está con nosotros, como hemos repetido en el salmo. Se encuentra en el sagrario real y verdaderamente para poder hablarle de tú a tú. Sin embargo, el Señor, en su infinita misericordia, se encarnó, se hizo uno de nosotros para poder compartir con nosotros nuestra vida, de manera que nos sintiésemos arropados. Y los rasgos de su rostro han pervivido en el depósito de la imaginación gracias a talentos como el de Juan de Mesa. El cual, el 8 de septiembre de 1620, de un trozo de madera de cedro ha hecho emerger la imagen serena y dulce de Cristo muerto en la cruz, manifestando como ningún otro el silencio y abandono inapelables de la muerte. Escribías, Antonio, al describir la sagrada imagen: “la cabeza es un acierto singular pues posee una expresión de dulzura, suavidad, profundidad teológica y al par, inefable poesía, que la distinguen sobremanera; el rostro está relajado y aún mantiene la frescura de la vida.” Por eso, Dios está con nosotros también representado en esta cautivadora imagen. Por su expresión, por su realismo, por el ambiente de paz y de acogida que se respira en la capilla, se nos invita a compartir con Él nuestras debilidades, problemas, pesares, pero también alegrías y proyectos. Dios está con nosotros. Es el Emmanuel. Y nosotros, hermanos de esta hermandad tenemos que ser los primeros que demos testimonio de esta certeza. No simplemente estamos llamados, por tanto, a la manifestación de fe en actos puntuales, sino en la cotidianidad de la vida. La capilla está abierta todos los días del año en una amplia franja horaria. La oportunidad de encontrarse con Cristo es continua. Por eso, qué testimonio tan hermoso daría la hermandad si siempre hubiese algún hermano rezando por las intenciones de los demás, de toda la Iglesia y del mundo. Porque Dios está con nosotros si le hacemos sitio en nuestras ajetreadas rutinas. Y así, con la capilla abierta, con un hermano acogiéndole, cualquier persona, por pecadora que se sintiese, por perdida que esté, podrá comprender las palabras con las que Jesús concluye el evangelio de hoy: “el Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos.” Él es el redentor, el salvador; Él es la Buena Muerte que no habla de fin, de conclusión; sino de continuidad, paso, recapitulación, Vida con mayúsculas.
A María Santísima de la Angustia os encomiendo a vosotros, mis hermanos, para que este curso no se quede sólo en el boato y el exorno, sino que cale hasta el fondo del alma para que avancemos en el camino de la conversión y del encuentro sincero y profundo con Cristo, caminando siempre desde la unidad, por encima de intereses personales, en aras a compartir la devoción por el Señor, este Señor que brilla con luz propia, nuestro Cristo de la Buena Muerte».