La Capilla Universitaria acogió el pasado 7 de septiembre la misa votiva de Espíritu Santo de inicio del curso 2024-2025 de la Universidad de Sevilla. La eucaristía fue presidida por el arzobispo auxiliar de Sevilla, D. Ramón Valdivia, quien hizo referencia en su homilía al Cristo de la Buena Muerte.
(A continuación, se reproduce el texto íntegro de la HOMILÍA).
«Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Así narra el apóstol Sa Juan la experiencia humana de los discípulos al ver al Resucitado. Tras el escándalo que supuso para ellos la detención, tortura y muerte violenta de su Maestro, en un momento determinado, todo se tornó en alegría, porque la deserción quedó sepultada por la fuerza de la nueva paz de Cristo.
Hoy, yo también, me encuentro lleno de alegría de poder participar junto a vosotros en la inauguración de un nuevo curso en la que ha sido mi Alma mater, donde descubrí mi vocación pastoral y también docente. Cada inauguración supone una experiencia comunitaria con la que podemos estar de acuerdo, a pesar de las diferencias de criterio que tengamos en otras cosas: hay “algo” que es nuevo, algo que se nos ha dado: un tiempo que es nuevo. Alguien nos ha convocado y, al vernos, experimentamos esta alegría.
Cuando aparece la novedad, como la de un curso académico en una Universidad como la Hispalense, la experiencia cristiana habla de la potencia creadora del Espíritu Santo, que hace que el tiempo no sea cíclico, tedioso o aburrido, sino lleno de expectación y apasionante esperanza porque aglutina a los diversos, los unifica en un solo cuerpo y les da la paz. Tanto San Pablo, en la Carta a los Corintios, como el Evangelista, hablan precisamente de estas experiencias humanas: alegría, unidad y paz, que son el fruto de la comunión con el Resucitado.
Estas palabras, que están en nuestro léxico común, adquieren una relevancia todavía mayor, justo cuando estamos inmersos en escenarios en los que los tambores de guerra, la polarización y el miedo pueden ensombrecer nuestras expectativas de personas adultas que apuestan, es más, arriesgan, por el camino de la educación. Es precioso compartir este reto, a pesar de las diferencias: nos apasiona educar, investigar y crear. Si de algo puede preciarse la experiencia universitaria, desde sus inicios, es de profundizar y prolongar, con el instrumento humano de la razón, la posibilidad de hacer extensivo a todos los frutos de la sabiduría, tal y como describe el libro bíblico que lleva este nombre.
Me impresiona el recorrido humano que tuvo que hacer en torno a la mitad del siglo I a.C el creyente judío, desterrado en Alejandría, para integrarse en aquella civilización griega que tenía a la ciencia o la sabiduría como su verdadero dios. Lejos de escandalizarse de la aparente idolatría, aquel creyente reconoció la legitimidad del deseo humano del conocimiento y profundizó en la raíz de la sabiduría, y encontró que es más rica que el oro, más necesaria que la salud y más bella que la luz. Indagando, el judío pudo comprobar que había algo que unificaba el deseo humano del conocimiento y la fe en el único Dios: la humildad de quien está dispuesto a aprender y la generosidad para compartir los frutos por quien ya la hubiera alcanzado.
Probablemente, recabando la información platónica de que Iride, es decir el deseo de conocimiento, fue generada por Thaumante, es decir la maravilla, el judío identificó en el concepto de la maravilla griega el léxico más adecuado para identificar su experiencia de Yahvé, de donde pudo decir que la sabiduría es la irradiación de la luz eterna, el espejo límpido de la actividad de Dios y la imagen de su bondad. Por tanto, para aquel creyente, la sabiduría, lejos de enquistarse en una cultura, griega o judía, abrazaba a toda la experiencia humana, permitiendo que el encuentro con la verdad no fuese una simple ilusión, sino el fruto de una amistad que se fundaba en Dios.
La Universidad, precisamente, habla del deseo de la universitas (unum – versus), de un camino común que permita a los diferentes dirigirse juntos hacia un fin, en el cual está la promesa de la alegría. Una alegría que no se acabe nunca, ya que, si la experiencia del límite temporal prevaleciera, como sucede con el reinado de la muerte, todo el esfuerzo educativo parecería insuficiente o frustrante. La experiencia del encuentro con el Resucitado, en cambio, habla de la hipótesis de un destino final que no es la derrota, el silencio o la injusticia, sino que es la puerta abierta que da acceso a una novedad de vida, marcada por la alegría, la unidad y la paz.
Hoy ese espíritu inteligente que busca la sabiduría encuentra aliados en la técnica y en la ciencia; siempre y cuando, lejos de encerrarse en el bien propio, cosificado por la materialidad de unos datos, pueda abrirse a la plenitud de la dignidad de la persona humana, y más que reducirla, la inteligencia humana se abra a las necesidades de los demás, en un ambiente de amistad que comparta sin envidia sus resultados.
De esta forma, además del léxico de la sabiduría, la experiencia universitaria debe forjar una gramática que ordene y de sentido, que unifique y oriente los deseos individuales del éxito y la fama, transformándolos en un ambiente de confianza y superación en el esfuerzo. Esta gramática, capaz de unificar los polos distintos de nuestra cultura sólo es posible a través de la lógica de la cruz. Tener delante de nosotros la imagen del Santísimo Cristo de la Buena Muerte habla de lo que Nicolás de Cusa llamó la coincidentia oppositorum, la paradoja de una muerte que es llamada buena, porque habla de un amor desmesurado. La pasión educativa, la misión de la universidad, si quiere entrar en lo profundo de nuestra humanidad debe seguir esta lógica de morir a lo propio para dar vida en el diferente que, de manera misteriosa, podrá redundar en una vida nueva. En la vida del Resucitado.
El cenáculo de Jerusalén de hace dos mil años, como el de esta preciosa capilla en esta mañana, ofrece una oportunidad preciosa, en la que el Cuerpo del Resucitado, asimilado por nosotros, supera la limitación humana del tiempo y el espacio, y de la frustración de nuestra debilidad y la caducidad de nuestro esfuerzo, transforma la ignorancia en conocimiento y el miedo en la esperanza cierta de que la paz es posible ya que el kyrios, el Señor, muriendo en su Cátedra de amor, ha vencido a la muerte para llevarnos a la plenitud de Dios.
Al hablar en este día de apertura de curso en la Universidad sobre la novedad, la unidad y la paz no he pretendido hacer un monólogo acerca de la sabiduría, sino una humilde petición al Espíritu Creador para que la misma Verdad, hecha carne en la humildad de María, irrumpa con su poder en las relaciones entre las personas que forman nuestra Universidad, para que de verdad sea, la Casa de la sabiduría».
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