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Carta pastoral del Arzobispo de Sevilla: «Os deseo unas vacaciones cristianas y felices»

Queridos hermanos y hermanas:

Algunos habéis comenzado ya el descanso estival. Otros lo haréis en agosto. Es muy probable que en las últimas semanas hayáis dado muchas vueltas al cómo y dónde de vuestras vacaciones. Seguramente habéis consultado a agencias turísticas itinerarios, alojamientos, precios y otras circunstancias. Pensar en ello es importante, pero lo es mucho más pensar qué vamos a hacer, cómo vamos a distribuir nuestro tiempo y qué frutos queremos sacar de estos días de descanso. Permitidme reflexionar con vosotros sobre algunos aspectos en los que tal vez no habéis reparado.

No faltan quienes planifican unas vacaciones frenéticas y agotadoras, experimentando las mismas prisas, los mismos ruidos y parecidas tensiones a las que nos acucian a lo largo del año. De esta forma, retornan a sus quehaceres más cansados que cuando marcharon. Para descansar y reponer fuerzas, para comenzar un nuevo curso escolar, pastoral o laboral, necesitamos desconectar de las ocupaciones ordinarias e, incluso, de los lugares de nuestra residencia habitual o trabajo. Para un cristiano, sin embargo, las vacaciones no deben ser un tiempo perdido, ni un paréntesis  en nuestro camino de maduración humana y sobrenatural. Son más bien un período necesario para el reposo físico, psicológico y espiritual y un derecho del que todos deberíamos poder disfrutar. Las vacaciones nos ofrecen la oportunidad de crecer, de reconstruirnos por dentro, de recuperar la serenidad y la paz que nos roban las prisas acuciantes de la vida ordinaria.

Las vacaciones no pueden ser una pura evasión, ni una dimisión de los sanos criterios morales, o una huida de uno mismo o del servicio a nuestros hermanos. Dentro de unos días, cuatro de nuestros seminaristas irán al Cottolengo en Las Hurdes. Cuatro irán al Santuario de Covadonga, y seis al Reino Unido con las Hermanitas de los Pobres. Cuatro más harán el  camino de Santiago con la Delegación diocesana de Pastoral Juvenil, y cuatro marcharán a misiones con el Hogar de Nazaret, dos a Santo Domingo y dos Ecuador. Por último, dos irán al campamento de monaguillos con el Seminario Menor, y tres irán a las colonias de verano con la Hermandad del Rocío de Triana.Otros muchos jóvenes participarán como monitores en colonias con niños, modos todos ellos magníficos de vivir unas vacaciones provechosas y enriquecedoras en el apostolado o en el servicio fraterno.

Las vacaciones tampoco pueden ser un abandono de nuestras obligaciones religiosas, una hibernación de nuestras relaciones con Dios o una  huida de Aquél en el que encontramos el verdadero y auténtico descanso. Ello quiere decir que en nuestra relación con Dios no puede haber vacaciones. Todo lo contrario. Al disponer de más tiempo libre, hemos de buscar espacios para la interioridad, el silencio, la reflexión, la oración y el trato sereno, largo y relajado con el Señor. Por ello, son de alabar aquellos cristianos que aprovechan las vacaciones para hacer unos días de retiro en la hospedería de un monasterio o peregrinan a un santuario buscando el silencio y el rumor de Dios que sólo habla en el silencio, y al que podemos encontrar también contemplando las maravillas de la naturaleza. El mar, la montaña, los ríos, el amanecer y la  puesta del sol, las noches estrelladas, los animales y las plantas, nos  hablan de Dios y pregonan las obras de sus manos (Sal 18,1-7).

Otro modo de aprovechar bien las vacaciones es la lectura reposada de un buen libro, que ofrece descanso a nuestra mente y, al mismo tiempo, es semilla fecunda  de criterios sanos y positivos, tanto en el plano cultural, como desde la perspectiva de nuestra formación cristiana. Las vacaciones son, por fin, días para el encuentro y la convivencia, para la charla apacible, para compartir la mesa, gozar de la amistad y robustecer las relaciones familiares, que, a veces, durante el año, resultan escasas o insuficientes como consecuencia del trabajo y de las obligaciones de cada día.

No quiero terminar sin tener un recuerdo especial, lleno de afecto, hacia quienes no tendréis vacaciones, impedidos por la edad, la enfermedad o las dificultades económicas. Que encontréis en el Señor vuestro reposo y podáis escuchar de sus labios estas palabras tan confortadoras: “Venid a Mí  todos los que estáis cansado y agobiados y yo os aliviaré”  (Mt 11,28).

 A todos los demás, os deseo unas felices, fecundas y cristianas vacaciones. Como en el caso de los discípulos de Emaús, el Señor nos acompañará siempre en nuestro camino (Lc 24,13-15). Dios quiera que también nosotros lo descubramos en la Eucaristía, en la que muy bien podríamos participar diariamente en estos días de descanso. Que lo descubramos también a nuestro lado en la playa, en la montaña o en nuestros lugares de origen, a los que muchos retornaremos a la búsqueda de nuestras raíces. Que Dios os bendiga, os proteja y os custodie en su amor. Ojalá todos volvamos con más ganas de trabajar y de ser mejores.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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